Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

jueves, 19 de febrero de 2015

Alberto Gil, autor de "Ocho pingüinos"

Fotografiado por @frlorente en el callejón por el que pudo ser lanzado Grimau

“Las raíces actuales del poder y la corrupción vienen de esos años sesenta. Es la época del boom de la construcción”

 

 

 

Como tengo por costumbre cumplo mi palabra y os presento al autor de la trepidante novela que os contaba el pasado lunes. Un tipo afable y cargado de conocimientos que cuando habla de cine y censura coge carrerilla... Es Alberto Gil.

P. Tus últimos estudios están centrados en la censura y claro la censura empapa Ocho pingüinos
R. Uno de los retratos del régimen franquista está ahí. En ese mundo de la censura en general y la cinematográfica en particular. Ahí se ven las obsesiones, tanto ideológicas como eróticas, del franquismo. Es un territorio fascinante. La profundización en el tema de la censura cinematográfica y concretamente la película El verdugo, me llevó al año 1963, año de una importancia enorme.

P. ¿Por qué?
R. Esa expectativa que podía haberse generado hacia un aperturismo con la incorporación de los tecnócratas del Opus Dei en el Gobierno de Franco, por una parte; y la figura de Fraga con ese barniz de liberal, se esfumó de repente al decretarse tres penas de muerte. Ese marco de dureza extrema es el que considero perfecto para una novela negra. Para mí, 1963 era el año de El verdugo y en el que se manifestó la virulencia del franquismo.

P. Se ha escrito bastante sobre la Guerra Civil y también sobre la transición, pero de este periodo, apenas, ¿por qué?
R. Es inexplicable. Lo que estamos viviendo ahora viene de allí. Viene más de esa época que de la transición. Las raíces actuales del poder y la corrupción vienen de esos años sesenta. Es la época del boom de la construcción, la época en la que la gente empezaba a venir a Madrid y se creaban los asentamientos de la periferia. Asentamientos que empezaban a ser un problema de salubridad y orden público para el régimen. Es la época de las grandes constructoras y la banca.

P. No piensa entonces que la corrupción es un mal endémico de este país…
R. Mal endémico, no. Hay una serie de factores que se dieron en esa época y que han tenido continuidad. Estaba la banca, unas empresas constructoras sobredimensionadas en comparación con cualquier país y la propia corrupción del franquismo. Algo que me llama la atención es la cantidad de apellidos del poder de aquella época que se repiten en la actualidad.

P. Hace un instante mencionaba a Manuel Fraga. También en la novela es uno de los personajes históricos que aparece. Fraga fue titular de la cartera compartida de Información y Turismo y posteriormente de Gobernación. Fraga era un personaje…
R. Era un tipo de una enorme capacidad, otra cosa es para qué la utilizaba. No es casualidad que Información y Turismo estuvieran unidas en una sola cartera. Era el control de la información y sus tentáculos en el exterior. Por ejemplo, Fraga tuvo un encontronazo con el corresponsal de Le Monde, Novais, que le supuso perder su credencial de prensa en 1965. Se presionó a Le Monde diciendo que, o cambiaban de corresponsal, o Le Monde dejaba de distribuirse en España.

P. Ocho pingüinos es también una novela de periodismo en la que queda claro que la manipulación franquista contaba una gran maquinaria: a los corresponsales extranjeros se les engaña, a los periodistas españoles se les oculta la información y al tiempo el régimen ponía en marcha grandes campañas…
R. La maquinaria de información del franquismo era extraordinaria. Era muy eficaz, muy continua, no dejaba resquicio. He visto, por ejemplo, cómo se dio la noticia del asesinato de Grimau en los distintos periódicos de Madrid, en Pueblo fue una nota escueta dos líneas titulada: “Cumplimiento de sentencia”. Los diarios Madrid  e Informaciones publicaron la misma información con las mismas palabras. Ni siquiera se decía que la sentencia fue dictada por un tribunal militar, ni se habla de fusilamiento. La consigna era directa. Y otro dato, sangrante, es que el Madrid la publicó junto a una publicidad de la película La casta Susana.

Pillada en plena conversación, pero no por Fran, sino por Javi Cantizani.

“[El caso Grimau] es un caso lleno de interrogantes, de historias confusas, dudosas”


P. Julián Grimau es una parte importante de la novela. En un momento dado, uno de los protagonistas que es corresponsal de un periódico francés, Combat, dice que lo que siente en este juicio es “vergüenza” y conjetura con otros corresponsales sobre si en ese 1963 había terminado la guerra civil.


R. Grimau fue el último muerto asociado a la guerra civil que padeció un proceso totalmente de tiempos de guerra: tuvo un Consejo de Guerra y a las cuarenta y ocho horas le estaban fusilando. Sí, el corresponsal de Le Monde planteaba precisamente la posibilidad de que la guerra en 1963 no hubiera terminado. Lo que sí he querido subrayar en la novela es que la gente en Madrid vivía muy ajena a lo que estaba sucediendo.

P. Volviendo a Grimau… Aún no están claras las circunstancias de lo que rodeó a su muerte.
R. Lo que sucede con Grimau es que es un caso abierto. Es un caso lleno de interrogantes, de historias confusas, dudosas. Desde luego, todas apuntan a una dirección: que le torturaron, que estuvo a punto de morir por torturas, que quisieron montar la patraña de que intentó huir. Es más, le denunciaron por tentativa de suicidio. Hubo una denuncia interna que el juez desestimó porque no se sostenía de ninguna manera.

P. Aparece también en la novela el nacimiento del TOP (Tribunal de Orden Público) y nos genera la duda de si surge para endurecer el régimen o viceversa, porque, por ejemplo supuso la desaparición de los tribunales militares.
R. El TOP tuvo un doble cometido. Por una parte, desplazó a los militares de la Justicia, a raíz del caso Grimau; y por otra parte, fue un instrumento para no tolerarnngún problema de orden público.

P. Aquel Madrid de 1963 es escenario fundamental en tus Ocho pingüinos. Tú eras pequeño en aquella época, ¿hay muchos recuerdos en la novela?

R. Hay mucha documentación y muchos recuerdos. No se trata tanto de una reivindicación nostálgica como recalcar que la ciudad sufre un proceso de degradación por motivos puramente especulativos. Es decir, ¿Por qué de repente tenemos el Palacio de la Música sin tener un destino claro?, ¿por qué el cine Avenida se convierte en una macrotienda y pierde su propia identidad como edificio?, ¿por qué pasa lo que está pasando con el Albeniz?, ¿o por qué el edificio de los ocho pingüinos está abandonado? Todo eso no es nostalgia. La ciudad es un escenario de proceso especulativo que arrasa con todo. En buena parte, he querido rendir un homenaje a ese Madrid de 1963, donde se padeció toda la virulencia del franquismo.


La novela se puede adquirir con un precio especial para personas afiliadas a CCOO en la calle Lope de Vega, 38. 5ª planta. Departamento de Publicaciones.


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